La madrugada del viernes marcó un nuevo punto crítico en el conflicto entre Irán e Israel, luego de que este último lanzara un ataque aéreo masivo sobre objetivos estratégicos en territorio iraní, incluyendo instalaciones nucleares y bases militares. La operación, denominada “Rising Lion”, movilizó más de 200 aeronaves y dejó al menos seis altos mandos iraníes muertos, entre ellos figuras claves del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria, como Hossein Salami, Mohammad Bagheri y Amir Ali Hajizadeh. La acción, según medios internacionales, buscó debilitar las capacidades militares y de disuasión nuclear de Irán.
Como respuesta, Irán ejecutó la operación “True Promise III”, lanzando más de 150 misiles balísticos y 100 drones contra varias ciudades israelíes, incluyendo Jerusalén y Tel Aviv. A pesar de la respuesta defensiva israelí, apoyada por Estados Unidos mediante sistemas como Iron Dome y David’s Sling, el ataque provocó la muerte de al menos una persona y dejó 71 heridos en Israel. En territorio iraní, también se reportaron decenas de heridos producto del bombardeo inicial.
Este intercambio representa el primer enfrentamiento directo de gran escala entre ambos Estados en décadas y genera alta preocupación en el ámbito diplomático y económico internacional. Naciones como Reino Unido, Francia, Alemania, además de la ONU y la Unión Europea, han llamado a una desescalada urgente. El Consejo de Seguridad de la ONU fue convocado de emergencia, mientras que Estados Unidos movilizó tropas y defensas a la región, aunque no participó directamente del primer ataque.
La tensión regional podría escalar aún más si actores como Hezbolá (en Líbano), Siria o los hutíes en Yemen deciden intervenir. El conflicto, hasta ahora bilateral, corre riesgo de desbordarse hacia una guerra de mayores proporciones en Medio Oriente.
A nivel global, uno de los efectos inmediatos ha sido el impacto en los precios del petróleo. El crudo Brent subió entre 6 y 7 % tras los ataques, alcanzando cifras en torno a los 90–95 dólares por barril. Este repunte afecta directamente a países como Chile, que importa casi el 100 % de sus combustibles.
El alza de precios ya se refleja en el costo de la gasolina. Si en escenarios previos un aumento de 10 dólares por barril implicaba un incremento del 5 % en el precio de los combustibles, hoy, con valores sobre los US$90, se proyecta un alza superior al 6–7 %. Esto podría encarecer el transporte, la cadena logística y, eventualmente, el precio de bienes de consumo básico.
Si bien el conflicto ocurre a miles de kilómetros de distancia, su eco ya se percibe en el bolsillo de los consumidores chilenos. La situación ilustra cómo las crisis internacionales pueden tener efectos concretos en la economía doméstica y regional, como la de la Provincia de Palena y la Región de Los Lagos, donde la dependencia del transporte terrestre y marítimo hace aún más sensibles estos cambios.
La comunidad internacional se encuentra en estado de alerta. La diplomacia parece ser la única vía para frenar un conflicto que ya ha dejado víctimas, daños y efectos colaterales en todo el planeta.